viernes, 2 de octubre de 2020

Uróboros [Microcuento]

 


Ya eran seis días. Estaba por batir su récord sin tragar un bocado, hasta llegar al punto de vomitar cada comida que su criada le traía.

Había pasado casi un mes desde que empezó esa infección estomacal, pero a medida que el estómago crujía, las fechas se volvían números abstractos para medir algo que, mientras estuviera dentro de esas cuatro paredes, no le incumbía en absoluto.

Mucho antes de que todo empezara ya se había acostumbrado a trabajar desde la cama, pero pronto comprendió que estómago es a mente como comida es a pensamientos. Sus brazos esqueléticos ya ni levantaban la pluma para hacer las cuentas, ni su sello para marcar la correspondencia hacia la metrópoli. Sintió que era cada vez menos cuerpo y más aire.

¡Juana, haz más liviano el caldo! —le gritaba él.

—Sí, patrón —respondía ella.

“En el fondo igual le tengo cariño”, era el débil eco que resonaba en su cráneo. “Es tan esforzada como su difunto padre. Una verdadera tragedia”. Sus pasos livianos y apagados cuando entraba y salía del cuarto le recordaban a la última vez que lo vio.

Lagunas negras consumieron su día. El tiempo se volvió acuoso, y la superficie de la realidad empezó a confundirse con la profundidad del sueño. Se sintió nadando en el caldo de Juana. Lo vomitaba. La regañaba. Volvía a sumergirse en la oscuridad. Un cosquilleo en sus piernas. Un grito. Y de repente ahí estaba; el cuerpo de Pedro colgado en las tablas del techo. “Una verdadera tragedia”.

Esa misma jornada se repetía con cada laguna negra. Solo quedaban imágenes entrecortadas de la criada entrando y saliendo del cuarto para cambiarle las sábanas. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para gritarle. Empezó a darse cuenta de que ella era la única compañera que tenía; tal vez porque su corazón -al igual que el resto de su cuerpo- empezaba a alivianarse. O quizás por el creciente temor de la misma presencia de Pedro, juzgándolo como una sombra en el tejado.

Una mañana ya no podía más. Estaba rindiéndose.

Déjame el plato en el velador, Juana —le dijo, desanimado.  

Ella obedeció sin levantar la vista, y abandonó los aposentos con los mismos pasos livianos.

El hombre miró la comida intensamente, casi con resentimiento, desafiando todo el dolor que había sentido, condensado en ese plato de porcelana. Entonces notó que algo flotaba en la superficie del caldo. Algo que le llevó a contener la respiración.

Levantó las sábanas lentamente, y pudo percatarse de que la mitad de sus piernas habían desaparecido.

3 comentarios:

  1. Pero pero pero.. ¡¡qué extraño relato de horror!!

    Algunas cosas no las entendí.

    "el cuerpo de Pedro colgado en las tablas del techo" ¿Hablaba del recuerdo del padre de la criada? Osea, se colgó? Es que si no, no entiendo x.x

    El final me ha traumado xD osea, al final qué era, ¿la criada lo estaba cocinando lentamente? ¿O qué?

    Explíqueme please!! Me gustó!!

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    1. Lo has entendido absolutamente todo, no tengo más que explicarte xD
      Me alegro que te haya gustado. Y muchísimas gracias por visitar mi humilde blog y dejar tus comentarios; aunque suene como una estupidez, significa mucho para mí.

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  2. Muy bien hecho, tu escritura es bien concisa y bien expresiva, das pistas del final muy bien integradas en la atmósfera. Espero seguir leyendo más historias tuyas, ¡felicitaciones!

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