miércoles, 24 de enero de 2018

Insomnio

Escrito a las 7:30 a.m, después de un día sin dormir:

Sigo despierto, en las horas donde todo parece disolverse. Es como si el dulce sentimiento de somnolencia hubiese abandonado mi cuerpo, y tal vez se mudó al de un recién nacido, o al de un cachorrito, o alguna especie de molusco de la Africa subsahariana. El punto es que esto es malo, y estoy consciente del sufrimiento que me espera, cuando este reloj en mi muñeca marque las 8 de la mañana.
Las aves cantan al otro lado de mi ventana, burlándose de mí, presumiendo del cómodo dormir que tuvieron. El cielo está hermoso, con sus acuarelas celestes y anaranjadas. Pero yo soy un desastre.
Estoy sudando como un puerco. Tal vez lo sea. Y en realidad ESTO es el sueño, mi último sueño antes de acabar en el matadero. Un sueño metafísico obsequiado por la voluntad de dios.
Las voces no me dejan dormir. No, no es esquizofrenia, es algo que va mucho más allá. Son las voces de la ansiedad, repitiendo una sola frase, como ese horrible cuervo del cuento de Edgar Allan Poe. Me dicen: “Estas perdiendo el tiempo”.
Y es que mi alma está inquieta con todas estas cosas que no pude hacer durante el día. “Estoy perdiendo el tiempo”, como ahora mismo, escribiendo esta porquería, en una pantalla que transporta a mundos inexistentes, en una habitación inexistente, dentro de una realidad inexistente.
El bostezo no parece tener intención de salir de mis pulmones, eso sin duda significa que me estoy muriendo. Así que al parecer, ahora esto es mi último testamento.
Quiero que me cremen, y esparzan mis cenizas en el altiplano peruano. Para así convertirme en el viento, y hacerme amigo del águila.