lunes, 20 de julio de 2020

Polarización y fundamentalismo en el debate político a raíz de la crisis: El caso de Cristián Warnken y el mundo intelectual chileno

La tensión que se ha incubado en la esfera política desde el “Estallido social” de octubre del 2019, hasta la actual crisis sanitaria por la pandemia del Covid-19, se ve reflejada en la falta de diálogo y acuerdos entre sus actores, siendo que los momentos críticos -como el actual- son los que más requieren de estas propiedades dialécticas, si es que se desea conducir a una “armonía” que, por lo menos, intente encontrar soluciones. Esto de ninguna forma debe significar el abandono absoluto del rebatimiento de posiciones. Como establece el estoicismo, “Los conceptos de «lucha» y «armonía» son inseparables. Para el filósofo Marco Aurelio, la realidad es unión de contrarios, tensión y conflicto”[1]. El problema es cuando la tensión crece sin una armonía que le sirva de contrapeso.

Tensiones como las que se pueden apreciar entre el presidente y el Parlamento cuando, un lunes 22 de junio del 2020, Piñera anunció una convocación de expertos para analizar modificaciones a cómo el Parlamento determina las leyes que son consideradas inadmisibles. Esto se realizó justo cinco días después de que Gobierno y oposición sellaran el acuerdo para el plan de emergencia, dando un atisbo de esperanza al establecimiento de un diálogo constructivo.

A raíz de estas tensiones avivadas por la crisis, se ha notado una preocupante polarización, constantes ataques de carácter personalista, y una estrategia política de “ir a la ofensiva” en lugar de buscar consensos. El antropólogo Pablo Ortuzar analiza este aspecto en su columna de opinión “Los acuerdos o la guerra”; “Una constante es acusar al otro de carecer totalmente de principios, y guiarse meramente por intereses. Tal sospecha hace imposible el debate razonado, ya que asume que las razones dadas son siempre fachadas de los verdaderos intereses ocultos”[2]. Así como explica que esta actitud es un lastre para la racionalidad y la búsqueda de soluciones, también justifica porqué es importante el diálogo en los momentos de crisis; “Lo primero que necesitamos es un lenguaje común para poder hablar sobre las reformas que deben impulsarse para pacificar el conflicto elitista y convertirlo en fuente de justicia social para los demás grupos sociales”[3].

Estas actitudes fundamentalistas no sólo se quedan en el territorio de la alta política, sino que también se traspasan de forma peligrosa al mundo intelectual y, en consecuencia, al resto de la sociedad. El ejemplo emblemático que se ocupará para evidenciar este fenómeno es el de la reciente “funa” al poeta y comunicador, Cristián Warnken, que ocurrió a partir de la entrevista que le hizo al exministro de salud, Jaime Mañalich.

Surgieron varias columnas de académicos y artistas indignados por el hecho de haber llevado a cabo la entrevista en tiempos críticos como ese. Amedrentaron en contra de su criterio como intelectual, incluso antes de que publicara sus agradecimientos al polémico exministro; la agravante era la simple acción de haber entrevistado a la personalidad de un Gobierno que muchos de ellos consideraban nefasto. A un enemigo público que, según alegaban aquellos columnistas, no se le debería dar más tribuna en estos tiempos complejos.

Estos amedrentamientos se expandieron por el público de las redes sociales, alegando una desviación de sus convicciones políticas (Warnken se considera abiertamente de izquierda). Incluso fue el blanco de un miembro del consejo del Servicio Electoral, Alfreodo Joignant, que, en referencia a la columna “No, Cristián” del diario El Desconcierto, escribió por Twitter; “Extraordinaria columna de Rudy Wiedmaier sobre la lamentable degradación de Cristian Warken, a quien no logro descifrar ni comprender”[4]. Ahí se puede extraer como ejemplo del fundamentalismo de una persona cercana al mundo político, anexado al mundo letrado (la columna a la que se refirió), y a la ciudadanía corriente (el público de las redes sociales). Se escoge la palabra “fundamentalismo” ya que, como su definición de la RAE lo explica, es la “exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida”; Warnken, a su criterio, se desvió de la línea moral que él consideraba correcta, por lo que recurrió a la negación de su posición mediante un adjetivo Ad-hominem –“degradado”- en lugar de un argumento que justifique su desacuerdo.

Estas situaciones no son exclusivas de Chile; es una conducta que ha repetido en el resto del mundo. Queda claro con el ejemplo de la llamada “cancel culture”, que ha llevado a la escritora J.K Rowling, junto a una decena de intelectuales de izquierda y de derecha, a firmar a una carta en contra de la censura generada por las opiniones públicas controversiales que generan indignación ciertos sectores. “El libre intercambio de información e ideas, que son la sangre de una sociedad liberal, cada día se vuelve más restringida”[5], explica la misiva. Esto es un asunto del cual el mismo Cristián Warnken dio su opinión cuando fue invitado al programa “Buenos días a todos”; “En la actualidad, las expresiones públicas van de la mano con el miedo a ser funados”. Todas estas situaciones hablan de un evidente empobrecimiento del debate ideológico, que entierra sus raíces en la polarización de la situación política en crisis.

Para demostrar cómo la ciudadanía corriente imitará inevitablemente las actitudes del círculo intelectual, a la vez que este se retroalimenta con la actitud del mundo político en el que está inserto, se puede recurrir a una analogía con lo que ocurrió durante Revolución francesa: Un importante punto de conexión entre el pueblo y los revolucionarios eran los periódicos. Tal como L'Ami du peuple de la mano de Jean-Paul Marat, cuyo objetivo era crear conciencia política entre los franceses. Fue un punto clave para adquirir adeptos a la causa. Sin embargo, cuando calló la monarquía y esos periódicos pasaron a ser oficialistas, se incurrió al amedrentamiento y la censura de las ideologías disidentes, dando paso a “El Terror”.

Con esto, es importante aclarar que la polarización y el fundamentalismo no es algo que haya surgido con esta crisis; siempre ha existido. A lo que apunta el propósito de este ensayo, es que, a partir de la actual crisis política, el desplazamiento del pensamiento crítico y el debate a favor de un partidismo fundamentalista, puede significar el peligro de que esto se transforme en el nuevo estatus quo del mundo intelectual.

Volviendo al caso de Warnken, también es importante aclarar que no existe daño en el hecho de discrepar de su opinión sobre el exministro. El problema recae en la negación de la opinión del otro, mediante ataques de carácter personalista y emocional, para reafirmar la posición moral o ideológica a la que uno pertenece, como lo hicieron muchos columnistas e intelectuales; estas cosas son las que debilitan la racionalidad del debate, y es contrario a lo que debería ser la labor de un intelectual. “Es necesario, para la conducta racional, que el individuo adopte de ese modo una conducta objetiva, impersonal, hacia sí mismo, que se convierta en un objetivo para sí”[6].

En la columna de opinión “No, Cristián” el autor el autor recurre a varias falacias. Integrando frases como “Te recuerdo que hay compatriotas sufriendo el hambre y el desamparo absoluto mientras nosotros cómodamente escribimos”[7] simultáneamente aparecen las falacias de “culpa por asociación” y Ad misericordiam. Escribe; “Te pregunto, con una mano en el corazón: ¿es posible defender lo indefendible? ¿Realmente crees que este gobierno valorará tu esfuerzo -que, creo, es genuino- por aportar al encuentro de las miradas?”[8]. Asume que, por esa entrevista, Warnken se transformó en un aliado del Gobierno, llevando su acción a una posición en extremo alejada de su pensamiento real, incurriendo a la falacia del “Hombre de paja”. Desde un punto de vista que está a favor de la racionalidad del debate, esto constituiría un ejemplo de lo que se debe evitar en la labor intelectual.

Como proyección al caso de que este fundamentalismo ideológico se convierta en el estatus quo, es posible hacer una analogía con los otros procesos de polarización experimentados en nuestra historia: en la década de 1970 hubo un grave caso de polarización dentro de la sociedad, derivando en riñas y agitación social por parte de ambos extremos de la escuadra política. Con el golpe de estado, y la posterior dictadura, el fundamentalismo político del Gobierno militar se transformó en el estatus quo de la institucionalidad, y en consecuencia existió la persecución y censura a la opinión disidente. Luego, con la transición a la democracia, las cosas cambiaron; “En los primeros años de la década de los noventa, desde el mundo juvenil surgió el concepto de <<no estar ni ahí>>. Era una manera de rechazo radical contra algo, una forma de expresar desinterés o lejanía sobre tal o cual aspecto”[9].

De ninguna forma se sugiere que la historia se repita de manera exacta a como ocurrió en el periodo de dictadura y la vuelta a la democracia; pero es posible que el “anti-debate” fundamentalista acabe por hastiar a la ciudadanía corriente. Puede que regrese la desilusión hacia el mundo político, y que, gradualmente, esto sea notado por el mundo intelectual. En el mejor de los casos, rechazando el fanatismo partidista que una vez lo dominó, y en el peor, volviendo a un apoliticismo nihilista.


[3] Ortúzar, Pablo. (4 de junio de 2020). Los acuerdos o la guerra. CIPER. Recuperado de https://ciperchile.cl/2020/06/04/los-acuerdos-o-la-guerra/

[5] Life and Style (dom 12 julio 2020). J.K. Rowling y decenas de intelectuales firman una carta contra la censura. Recuperado de https://lifeandstyle.expansion.mx/entretenimiento/2020/07/12/j-k-rowling-y-decenas-de-intelectuales-firman-una-carta-contra-la-censura

[6] Mead, G.H. (1968). Parte II: La persona, Espíritu, persona y sociedad. Buenos Aires. Ediciones Paidós, p. 170

[8] Wiedmaier, Rudy. (30.05.2020). No, Cristián. El Desconcierto. Recuperado de https://www.eldesconcierto.cl/2020/05/30/no-cristian/

[9] Vallejos, R.A (2019). “Capítulo 5: Venga la esperanza”, Hijas e hijos de la rebelión. Santiago, Chile. LOM ediciones, p. 109

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