viernes, 16 de abril de 2021

"Aprendiz de mucho" o el mal de tener demasiadas aficiones

 


“Aprendiz de mucho, maestro de nada”. A menudo me pregunto, ¿Será esta una de esas frases duras pero verídicas que intentan ponernos los pies en la tierra, o solo será un cómplice del fetichismo de nuestra sociedad contemporánea con la especialización de los trabajos, la productividad y el ordenamiento jerárquico en todos los aspectos de nuestra vida?

Esta frase pega tan cerca del hogar por mis propios intereses dispersos -o hobbies, como diría la gente menos grave-. Y sin importar todas las ocasiones en las que me he mentido a mí mismo afirmando que las etiquetas no me definen, mi honestidad desnudada de arrogancia sabe que me encantaría ser etiquetado como escritor, ilustrador, poeta, filósofo, periodista, autor de cómics, y en la medida de lo posible, Dios todopoderoso e inmortal. Ahora, hay un enorme salto desde las etiquetas a los hechos, y a partir de ahí se debe analizar cómo armonizan o entran en conflicto esta dispersión de intereses. ¿Cuál es el límite para volverse un maestro? ¿Se encuentra en la cantidad de materias, o en tí?

Factores a considerar

Todos los factores en los que puedo pensar por el momento son tiempo, esfuerzo, biología y talento. Está demás explicar el tiempo; ese maldito ordenamiento que debes seguir en tu vida diaria, los minutos que tu trabajo, tus estudios, tu vida social y otras responsabilidades te permiten dejarte para ti mismo. El esfuerzo es tu capacidad de continuar cargando esa enorme roca hasta la cima de la montaña, una y otra vez con una energía permanente, o sin que el tedio te mate. La biología, aunque muchas veces le quitamos el crédito que debería tener, es esencial para sobrevivir cuando quieres jugar a ser renacentista; es la disposición de tu caprichosa serotonina lo que puede hacer la diferencia entre escribir 1000 palabras al día o quedarte dormido en el primer sillón que encuentras producto de la constante desmotivación que sientes.

Por último; talento. Ahí es donde la cosa se pone un poco más complicada para mí. Hay quienes dicen que el talento innato es otro de los grandes mitos que nos persiguen. Como diría un joven filósofo de la aldea oculta de Konoha; “el talento que se hace con esfuerzo derrota al talento natural”. Si les soy completamente honesto, aún no sé que conclusiones sacar de este concepto. Solo sé que muchos justifican su falta de iniciativa con la carencia de ese algo innato. Un predeterminismo que subliminalmente se nos enseña desde niños para conformarnos; ¡para qué flagelarse con un esfuerzo que podría acabar desilusionándonos o matándonos de hambre!

Lo cierto es que existe gente lo suficientemente loca como para morirse de hambre en el proceso de descubrir si es que ellos eran los elegidos o no; así testificó Bukowski en su momento.


 

Las filosofías detrás de la frase

La filosofía oriental pone un especial énfasis en la disciplina y la fidelidad con el oficio que realizas, evitando así otras materias que pueden distraerte y conducir tu espíritu al caos. Todo con tal de alcanzar la perfección en aquella ocupación que elegiste o que el destino eligió para ti. Eso estaba contemplado incluso dentro de los principios del samurái para recorrer el camino del guerrero (Bushido) -o almenos eso es lo que dice la página random que encontré en internet- ; Sé fiel a tu idea actual. No te distraigas. Sigue una sola línea en lugar de agotarte con varias ideas a la vez.

En mi opinión, este principio ha perdurado en las sociedades de Asia oriental hasta la actualidad, en donde es muy apreciado el perfeccionismo de una única profesión, así eso consuma todo el tiempo que se tiene disponible para explorar otras opciones. Si una familia china necesita un hijo médico, esta persona dedicará toda su vida a desarrollarse como el mejor médico. O en el caso de un artista, por ejemplo; si un japonés consigue el privilegio de ganarse la vida dibujando manga, éste será mangaka las 24 horas del día, con un horario estricto y dedicado.

En cambio, la idiosincrasia occidental del siglo XIX nos dejó otra cosa. De ahí proviene el título de persona del renacimiento; en un momento se valoró a los individuos que podían desempeñarse en varias materias, manteniendo al mismo tiempo un perfeccionismo admirable. Fue la época que nos dejó a genios como Da Vinci; pintor, arquitecto, botánico, músico y un largo etcétera. Era materia de idealización que un médico fuese a la vez arquitecto y que un filósofo fuese a la vez poeta.

Pero existe una filosofía mucho más antigua que ayudó a cimentar el pensamiento de esta parte del globo: el estoicismo. Se admitía que para llegar a ese nivel de habilidades era posible, si es que no necesario, atravesar una serie de dificultades. El cansancio, el hambre, la enfermedad, el desprecio de tus pares; todas esas cosas son latentes y plausibles en la lucha por el desarrollo del individuo, y lo que realmente cuenta es la actitud de cada uno al momento de enfrentar esos obstáculos.

Yo considero que nuestra sociedad actual está compuesta por una degeneración de la disciplina oriental y el estoicismo occidental. No se nos empuja a especializamos en una sola materia para buscar el desarrollo y la paz de nuestras almas, sino para servir a la productividad que demanda el mercado y el estado, y en lugar de alcanzar el orden que se esperaría de una disciplina oriental, nos encontramos con un evidente caos, reflejado en los indicadores de depresión y suicidio dentro del mundo laboral.

Por otra parte, se nos impulsa a esforzarnos en nuestro trabajo, a dar lo mejor de nosotros, insinuando a la vez que el fracaso es exclusivamente nuestra culpa. Aceptamos el agotamiento no porque estemos desarrollando nuestra individualidad, sino porque somos presionados por el miedo a perderlo todo. De este modo se forma lo que repetidamente llamamos sociedad del cansancio.

En síntesis, qué mierda importa...

Mientras acabo de escribir este artículo, puedo concluir que mi duda inicial es completamente irrelevante. La frase es una generalización; las generalizaciones nos ayudan a ordenar nuestras concepciones, pero cada individuo es una excepción a la regla. Se puede ser un maestro en varias materias, pero lógicamente eso requerirá un sacrificio, ya que tenemos todo un mundo en contra, pero eso no es novedad para nadie.

Eso sí, se debe evitar que la obsesión a ser perfecto en todo acabe bloqueándonos. La perfección no es una meta obligatoria. Es más, puede que a algunos les guste ser aprendices, y no tengan pretensiones en su interior de convertirse en maestros.

Al final, una vida breve y absurda es lo que nos tocó, y nadie tiene la culpa de eso. Mientras tanto, la búsqueda de sentido es lo que nos mantiene entretenidos en el borde del abismo para no caer en la desolación. Si plantar huellas en varios senderos es lo que consideras necesario para rellenar esa búsqueda, entonces la dudosa reputación, el fracaso y el amateurismo permanente parecen precios bastante justos.

1 comentario:

  1. Buen tema. Personalmente la vida me va empujando a ser aprendiz constante y eso lo disfruto mucho...me niego a pensar que solo puedo ser buena en una sola cosa. A mis 45 años espero seguir reinventandome todas las veces que sea necesario.

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