En este desierto decidí fundar la ciudad de mi estéril memoria;
Ciudad que fue habitada por negras siluetas
De indios cabizbajos con suelas de goma.
Y admito, apenado, que me di cuenta muy tarde;
“Si es que todo deviene en la nada”, pensé,
“Es porque, precisamente, mejor era no haber hecho nada”.
Mejor era rascarse la caspa,
Mejor era morirse de hambre.
A las afueras de la ciudad hay un bosque de microondas
Atravesado por trenes interminables;
Campos de arenas movedizas
Apareciendo como labios que se abren.
Pero lo grave del asunto
Es que un poema se pudre en las alcantarillas
Y yo muerto de la risa,
Caminando por puentes y callejuelas;
Callejuelas y puentes,
Mientras me muero de la pena
Y tropiezo con la marcha de gente que rima.
Pero me estoy desviando un poco del tema...
El tema es que me siento culpable
Por haber creído en el sueño del pequeño dios.
“Pequeño imbécil”, me dijo el diablo,
“En este desierto que ves,
Solo brotan edificios hechos de cadáveres".
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